martes, 6 de abril de 2010

Heroes Y Heroinas De La Independencia

Antonio Nariño



Antes que otro alguno, surge el nombre de Antonio Nariño, el precursor por antonomasia, nacido el 9 de abril de 1765 en la ciudad de Santa Fe de Bogotá.

A la edad de veinte años, y dueño ya de regular fortuna, adquirió Nariño en el extranjero una imprenta, y recibió también ejemplares de la constitución de Filadelfia proclamada por los libertadores de Estados Unidos de América; y ya no pensó en otra cosa que en imponer esa constitución en el Nuevo Reino.

Con motivo de haber hecho circular subrepticiamente su traducción de la Declaración de los Derechos del Hombre, el gobierno español de la colonia resolvió reducirlo a prisión y mandarlo a España para que los ministros del rey resolvieran la sentencia; pero una noche, ya cerca del puerto español de Cádiz el barco que lo conducía, saltó Nariño a una barca de pescadores, ganó la costa y, disfrazado de arriero, llegó hasta Madrid.

Bajo el falso nombre de Antonio Ortiz, pasó Nariño a Francia, no como fugitivo sino como representante del Nuevo Reino de Granada que pedía el apoyo de Francia. Se entendió con Tallien, conoció los proyectos del venezolano Miranda, y se trasladó luego a Inglaterra, donde expuso sus planes al ministro Pitt. Se lo escuchó, pero no obtuvo respuesta favorable.

Regresó a Santa Fe de Bogotá, desafiando las iras del gobierno español, y, detenido, fue nuevamente reducido a prisión. Transcurrieron varios años (1798-1802); desmejoraba a diario la salud del prisionero, y por fin aparecieron violentos síntomas de tuberculosis. Los médicos oficiales confirmaron su terrible enfermedad, y se le destinó por cárcel una casa de campo cercana a la ciudad. Al hallarse otra vez entre los suyos, se fue recuperando. En 1806 vino el fallo absolutorio de la corte.

Ya sin centinela que lo vigilara, reapareció el revolucionario: en casa del doctoral Rosillo y Meruelo, debatía planes subversivos. Denunciados traidoramente, Nariño fue de nuevo reducido a prisión en 1809, y una madrugada de noviembre se lo condujo a Cartagena con objeto de trasladarlo a Puerto Rico para ser decapitado. Pero la hora de la liberación había llegado; el gobernador español de Cartagena fue depuesto, y Nariño, recuperada su libertad, pudo regresar a la capital en 1810.
Francisco De Paula Santander


Nació Santander en la Villa del Rosario de Cúcuta el 2 de abril de 1792. Cuando contaba trece años su padre lo envió al Colegio Mayor y Seminario de San Bartolomé, en la capital de Colombia, deseoso de que siguiera la carrera eclesiástica. El 10 de agosto de 1805 vestía Santander la beca roja de los bartolinos, y se consagró al estudio de la filosofía, y luego al de la ciencia del derecho. Pocos días después de sonar el grito de libertad en la tarde gloriosa del 20 de julio de 1810, Santander abrazó la carrera de las armas.

En 1816, Santander, ya coronel de ejército, se hizo fuerte en la región inhospitalaria de los llanos orientales de Colombia. Desde allí salvó la causa de la República, improvisando un ejército con los valerosos hijos del Llano. Durante dos años hostilizó sin cesar al ejército español, que no podía movilizarse en la inmensa llanura, pues todo le faltaba. En Angostura, en el cuartel general de Simón Bolívar, donde se desarrollaba la campaña definitiva, triunfó Santander con su plan estratégico de invadir la tierra colombiana por el Arauca, para llevar luego la guerra al corazón de Venezuela, a Ecuador y a Perú. La movilización se inició en los primeros meses de 1819. Santander rompió la marcha al frente de su heroico grupo de llaneros. Era necesario vencer la cordillera andina, y el único modo di lograrlo era ascendiendo por la región más escarpada hasta una altura de cuatro mil metros. Bolívar encontraba aquello inverosímil: ¡cómo mover la artillería, cómo someter al helado páramo las tropas desnudas procedentes del ardiente llano! Pero Santander, en consejo de generales, logró imponer su voluntad, y así quedó favorablemente decidida la causa de su patria. Vencidas las llamadas Termopilas de Paya, el extenuado ejercito se cubrió de gloria 3n el Pantano de Vargas, donde se dio la más sangrienta batalla de la independencia de Nueva Granada. Vino luego la acción definitiva, la del puente de Boyacá, y mientras Bolívar envolvía al ejército español de Barreiro, Santander coronaba la victoria apoderándose del puente y cortando así a los españoles la retirada hacia la capital. El día del inolvidable triunfo fue el 7 de agosto de 1819.

Atanasio Girardot



Ofrendó Girardot su vida por libertar una patria que, si no fue suya por nacimiento, lo fue por afecto. Hijo del Nuevo Reino de Granada, murió sacrificado por llevar la libertad a Venezuela, patria de Bolívar.

Fue bautizado Girardot en Medellín el 9 de mayo de 1791. Se dedicó a la carrera de la jurisprudencia en el ilustre Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, en Santa Fe de Bogotá, hasta alcanzar el 14 de agosto de 1810, a los 19 años, el título de bachiller en jurisprudencia. El 15 de noviembre del mismo año se enroló en la primera campaña militar que los republicanos emprendieron contra el tirano Tacón, gobernador español de la provincia de Popayán, y recibió el bautismo de fuego bajo las órdenes del comandante Antonio Baraya.

El 28 de marzo, Girardot hizo frente con sólo 190 soldados a un batallón español de más de 500 milicianos bien armados, disciplinados y provistos; y todos reconocieron que el triunfo alcanzado luego que a su pequeño grupo de hombres se unió el grueso del ejército republicano, se debió al valor del joven capitán, quien ganó su ascenso inmediato y la condecoración como “Defensor de la libertad en Palacé”. De ahí en adelante se lo honró con el sobrenombre de el Valiente.

Afiliado a la causa patriota federalista, y bajo las órdenes del general Baraya, combatió Girardot a Nariño, que encabezaba en Cundinamarca la causa centralista. Obtuvo ruidoso triunfo en el cerro de Monserrate, cerca de Bogotá, triunfo fugaz porque el resto de las tropas de Baraya sufrió aplastante derrota el 9 de enero de 1813. Pocos días después, como segundo del general Joaquín Ricaurte, emprendió campaña sobre Cúcuta y Pamplona, donde el bárbaro Lizón tenía sus cuarteles; y su actuación en Carache, ya en Venezuela, fue verdaderamente gloriosa.

El 30 de septiembre de 1813, en el Bárbula, dominada ya la cumbre por los enardecidos soldados de Girardot, y en el instante mismo en que éste plantaba la bandera republicana en las propias posiciones enemigas, una bala le destrozó el cráneo, y el héroe cayó envuelto en el tricolor nacional, digno sudario de su heroísmo. Bolívar, presa su alma de pesadumbre, dictó en su cuartel general de Valencia el decreto que glorificó para la eternidad el inolvidable nombre del extraordinario y valiente patriota que fue Atanasio Girardot.


Antonio Ricaurte

Como Girardot, Ricaurte también ofrendó noblemente su vida por la libertad de Venezuela, patria que hizo suya por afecto.

Ricaurte fue bautizado en la Villa de Leiva el 13 de junio de 1786. Ya mozo, se alistó en las filas patrióticas y, como teniente al mando de la segunda compañía, salió para Popayán en abril de 1812 bajo las órdenes del coronel Antonio de Villavicencio. Regresó posteriormente a la ciudad capital y, en calidad de ayudante, luchó sin desmayo contra las armas de la federación. Un año después siguió a Bolívar en la campaña de Venezuela.

En Mérida quedaron las armas de la retaguardia, de las que formaba parte Ricaurte, a las órdenes de Rivas. Los combates de Horcones, Taguanes, Mirador y Las Trincheras, en los cuales participó Ricaurte, lo pusieron frente a las tropas de Boves en el sitio de San Mateo.

Era el 25 de marzo de 1814. Al despuntar el día, Boves, a la cabeza de sus tercios, atacó por todos lados, descontando que aquella jornada decidiría indefectiblemente la suerte de las armas. Los patriotas sostuvieron el fuego a pie firme. Comenzaban ya a ceder los afamados llaneros realistas, cuando de improviso se vio desde el campo republicano que la columna enemiga se descolgaba sobre la casa del ingenio; si los españoles llegaban a apoderarse de ella, el Libertador perdería sus pertrechos y vería al mismo tiempo atacada por la espalda su ala izquierda. El trance no podía ser más desesperado, y la solución pendía del capitán Ricaurte, quien mandaba dentro de la casa una partida demasiado pequeña para oponer larga resistencia y defender el parque confiado a su custodia. A los pocos instantes, viendo los realistas que los soldados republicanos se retiraban de la casa, abandonando, al parecer, la presa, llenaron el aire con los vítores de triunfo; pero de súbito se oyó una terrible explosión, y vio Boves que su columna había quedado reducida a unos cuantos soldados que huían despavoridos. Era que el heroico Ricaurte, ofrendando su joven vida por la causa, había despedido a sus soldados y, luego que vio la casa llena de enemigos, puso fuego por su propia mano a los pertrechos.

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